lunes, 21 de abril de 2014

En la piel de Teresa



La vuelta breve se mete en la piel de Teresa. Un relato/relfexión que describe la vida de una mulata cartagenera de clase media, en una ciudad todavía amurallada por los prejuicios. 


 


Por: Carolina Castro del Río

     Teresa es una joven de Cartagena, criada en uno de los barrios de esa ciudad desconocido por el resto del país, al carecer de atracciones turísticas y porque sus habitantes no están muriéndose de hambre. Tiene todos los rasgos de una afro­descendiente: pelo crespo, piel oscura, cade­ras anchas, cintura delgada, trasero grande, nariz chata; sin embargo, ella, al mirarse al es­pejo, prefiere ver otra cosa.

De niña no le gustaba ir al colegio. Tenía una compañerita que cada día, durante toda la primaria, le repitió: “tienes el pelo como un bombril”. Más de veinte veces suspendieron a Teresa por intentar defenderse de los insultos de aquella niña.

Para el bachillerato su padre logró meterla en un colegio de monjas. La directora de la institución, de origen Alemán, pese a dedicar su vida al Señor, parecía prima hermana de Hitler. No estaba acostumbraba a tener afro­descendientes entre sus estudiantes. Recibió a Teresa porque su padre se comprometió a pagar puntualmente, lo que no salvó a Teresa de recibir un trato, digamos, especial. Todos los días, antes de clase, debía charlar con la madre superiora acerca de su imagen. No im­portaba cuán impecable fuera su presentación, para la madre superiora nunca era suficiente, y la obligaba a rezar no sé cuántos Padre Nues­tro, y hacer mil planas, repitiendo, “debo lustrar mis zapatos, peinarme el cabello, planchar mi uniforme”. No sé si los insultos o los maltratos continuos de las monjas influyeron en la forma de verse a sí misma, pero a Teresa no le gusta que la llamen negra, lo considera una ofensa. Para describirse o describir a su familia, pre­fiere otras palabras, “morenitos” o “trigueñitos”, como queriendo atenuar su realidad étnica.

Hoy día, Teresa asiste a una universidad privada. Sus padres pagan el semestre con esfuerzo. Habría podido optar por alguna beca destinada a afrodescendientes, pero piensa que hay gente con la piel más oscura que nece­sitará esa beca más que ella. En la universidad Teresa también es objeto de discriminación. Todavía en Cartagena la extracción social y el color de piel pueden jugar en contra de una persona.

Su madre le insinúa que ya es hora de conseguir novio. Le ha dejado claro que si conquista un blanquito pelo liso, mejor.


Quisiera entender a Teresa, entender por qué se avergüenza de su raza, como si repre­sentara una maldición. Quisiera que al mirarse al espejo se sintiera orgullosa de su estampa y recordara que también le incumbe reclamar los derechos que a su estirpe le fueron negados por siglos. Sin embargo, ella prefiere pensar en Robertico, un compañero de clase que le gusta. Un muchacho de piel clara, que vive en un barrio “bien” y que le hace ojitos. El candidato perfecto para contentar a su mamá y, según cree Teresa, lograr que sus compa­ñeros de facultad por fin dejen de mirarla raro.

viernes, 18 de abril de 2014

La Tierra sin Gabo


Por: Juan de Dios Sánchez Jurado

    Me entero de la muerte de Gabo a través de la radio. Una cosa rarísima. Enterarse del mundo a estas alturas del 4G a través de la radio. Me encontraba en Playa Blanca, Barú, uno de esos paraísos (todavía) donde el único servicio público es el mar. En una isla sin agua potable, sin electricidad, con poquísima señal de celular y ninguna de internet, la noticia de la muerte de Gabo me encontró a través del único medio disponible: La radio. 

Salía de Playa Blanca en el carro de una de mis mejores amigas, un vehículo en el que nunca se enciende la radio, pues el aparato sólo se usa para reproducir música desde una memoria USB. Nos disponíamos a regresar a Cartagena luego de dos días en la isla, cuando tras discutir un poco acerca de su selección musical, le pedí a mi amiga que mejor sintonizara la radio. Buscamos la señal de Radiónica y ahí estaba Tato Cepeda, leyendo un fragmento de Cien años de Soledad. Inicialmente pensé que se trataba de algún especial acerca de la obra, como varios que se habían hecho por esas fechas, desde el reciente cumpleaños del autor. Sin embargo, al terminar el fragmento, Tato lamentó la muerte de Gabo, que acababa de ocurrí ese 17 de abril, a las dos de la tarde de un jueves santo, en Ciudad de México. 

Los puñetazos de peso pesado que propinaba el sol se ensombrecieron ante la gran tristeza y el desamparo que me produjo la noticia. Mientras estaba en una isla, desconectado del mundo, el mundo se había quedado sin uno de sus más grandes escritores, mi favorito. Me sentí como un astronauta que luego de varios meses en el espacio, totalmente desconectado de noticias, volvería a la Tierra para encontrarse con un planeta totalmente distinto, la Tierra in Gabo.

Tendría 15 años cuando empecé a leer al Nobel. “El Coronel no tiene quien le escriba” fue nuestro primer acercamiento. Leer el último renglón de su última página, tan literalmente visceral, fue el knock out metafísico que marcó un antes y un después en mi vida, pasar de la edad de la inocencia al uso de razón literario.

Gabo fue mi primera compañía literaria de verdad, mi maestro de lectura y escritura. Después de El Coronel no pude parar hasta leer el último de sus títulos. Su relación de orfebre con la palabra, su relación de sastre con la palabra, su majestuosa carpintería con la palabra, sembraron en mí las ganas de incursionar también en esa venerable labor de artesanía.

Gabo será mi compañía literaria siempre. Gran parte de la manera en la que me aproximo al mundo para luego traducirlo en palabras se la debo a sus libros. Esta costumbre de tratar de fijarme en todo con asombro, de desear un registro de los pequeños detalles como grandes experiencias estéticas, esa noble manía de exagerar un poco la realidad para subirla al peldaño de la poesía, se la debo a la lectura de sus 11 novelas y 38 cuentos publicados; una pócima con el efecto, inevitable e incurable, de hacer del lector un admirador del mundo con invariables ojos de enamorado.

Haber nacido en Cartagena, vivir en Cartagena, nunca fue lo mismo luego de leer El amor en los tiempos del cólera o Del amor y otros demonios. Cómo no desarrollar una relación más sensible con la historia humana y monumental de la tan llamada Heroica, luego de visitarla en las páginas de mis libros favoritos. Cartagena se me transformó entonces de hermosa y problemática, a hermosa, problemática y mitológica por cuenta del artista que mejor pudiera inmortalizarla.

En este oficio de escribir en el que uno mismo escoge sus padres literarios, yo tuve la suerte de encontrar uno muy cercano, nacido en el Caribe colombiano como yo, con una infancia bajo el sol y bordeada por el mar como la mía, llena de historias de abuelos rurales como la mía, en últimas, tan costeño como yo y con una manera de escribir y de relacionarse con sus lectores tan amorosa, que antes de tener cédula de ciudadanía, me convencieron de que algún día yo podría ser tan genial como él.

Ahora son 24 veces 60 minutos desde la noticia de su partida. Un tiempo que me ha servido para, en medio de la tristeza y el desamparo inicial, darme cuenta de una gran fortuna, las paternidades literarias no admiten orfandad. Los de mayor estatura en el arte de la palabra, a pesar de la muerte, no abandonan a sus hijos, simplemente los delegan a la custodia de sus obras. Y qué buena fortuna, otra vez, que se trate de una obra que no caducará jamás. Quienes compartimos el cariño filial por el fundador de Macondo tenemos entonces una garantía: La Tierra sin Gabo no será un lugar demasiado solitario, pues en ella permanecerá el legado multidisciplinar de un hombre que desde ayer empezó a hacerse vivo entre los inolvidables.

martes, 15 de abril de 2014

14 apuntes por culpa del eclipse



Como si nos hubiéramos conseguido el Whatsapp de la Luna. Canciones, amores, distancias, promesas, felicidad y lados oscuros. 14 mensajes recibidos por parte de la Luna durante el eclipse. 

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1. La Luna es un asunto de melancólicos. No en vano casi todas las canciones que hablan de ella envuelven una gran tristeza. 

2. La Luna es algo hermoso que parece estar tan cerca y, sin embargo, hace falta mucho más que un brinco para tocarla.
  
3. La Luna administra su luz, mostrándose de frente o perfil según da vueltas bailando su cumbia. Nosotros, desde abajo, la deseamos con el vicio de una mosca por los bombillos.

4. Contemplar la luna es sentirse diminuto ante la distancia que nos separa.

5. Deseo y distancia han sido siempre nuestro trago en las rocas de la tristeza. ¿Cuántas botellas de ese trago no han bebido los poetas?   

6. La luna es la señal de tránsito de la felicidad; indica cómo luce, da una idea de dónde está y aún así no enseña nada acerca de cómo hacer para alcanzarla.

Foto: En tus pupilas.7. La luna es también un sinónimo de amparo. Parece el ojo de una entidad más grande que nosotros que nos cuida.

8. Cantarle a la Luna envuelve siempre una pregunta. Ella, con todo lo que ve, tal vez sea la dueña de las respuestas que buscamos.

9. En las noches nubladas es como si el ojo del cielo estuviera cerrado. Tememos entonces que nada vele por nosotros.

 10. Me gusta pensar que en las noches nubladas, la luna, detrás de sus parpados de humo, nos sueña.

Foto: "Y la luna me hablaba sólo a mí" Jorge Drexler.11.Los amantes se prometen la luna. Prometen bajarla como un regalo. Prometen que será un destino para viajar juntos. Se suele confundir el amor con un montón de promesas que confortan pese a saber que jamás se cumplirán.         

12. Los amantes prometen la luna como si se tratara de un asunto de luz solamente. Olvidan mencionar que quien regala la luna regalará también su lado oscuro.

13.Desear también el lado oscuro de la luna es tarea para quienes aman de verdad y no para quienes viven de promesas.

14. Conocer, entender y aceptar el lado oscuro (el de la luna y el propio) es amar de verdad y cuando se ama de verdad desaparecen todas las distancias, aunque eso también suene como una promesa. 

lunes, 14 de abril de 2014

La soportable levedad de Dios*



Una mirada distinta acerca de la Semana Santa. Justo para comenzar estos siete días de reflexión y re-cogimiento.

Por: Jairo Gutiérrez Bossa

 

¡Se viene Semana Santa!, dijo mi abuela hace unos días vía celular. Ella es una mujer de ochenta y cuatro años muy, creyente en el pantocrátor llamado Dios. Vitalizada por las arrugas, la cojera y una vista que se diluye lentamente en el espacio, es de las que comen hostia, compran las ramitas de un árbol que se extingue y dan la paz a una persona que de pronto sea un violador, un asesino o un simple uribista. Adoro a la vieja Amelia y respeto su devoción al espíritu de cuatro letras. Sin embargo, en una ocasión le escuche decir: “Dios en esta región (Caribe) sería un pervertido”, máxima que me permitió negar mi ateísmo y afirmar que el valor y significado de Dios radica en el des-creer de él. Este des-creer, más que una cuestión ética, es producto de una ambigüedad estética, reflejada en la contemplación, visible desde lo evocativo y satisfactorio desde lo extraño. 

Dios y Jesús habitan en el mundo poéticamente, aproximándonos a Hölderlin. Lo poético implica la pasión, el placer, el deseo, la imaginación, la fantasía y lo simbólico; en ese sentido, es difícil -y para mí imposible- creer en un Dios vengativo, rencoroso y uribista, o en un Jesús golpeado, vituperado, ensangrentado, humillado, cobarde y escupido como esa cosa desagradable y anti-estética del señor caído de Monserrate. Particularmente reniego de ese Jesús y de ese Dios, prefiero asimilarlos a un tío y un abuelo alcahuetas que permiten que sus sobrinos y nietos se masturben mutuamente y que les enseñan que la vida y el amor es una cuestión de penetrar y ser penetrados; esta puede ser una invitación homo-erótica, pero también es una convidada a que amar al prójimo es una cuestión de reciprocidad, placer y deseo. Ideas que no enseña la nueva especie de primates Australopithecus Sacerdos; estos grasosos y godos como el Monseñor Rubia-ano, que en varias alocuciones televisivas y radiales muy cristianamente impulsa al gobierno a que exterminen a los guerrillos y paracos, no niego que se lo puedan merecer, pero que venga de un hombre que es un oráculo del pensamiento supremo que dicta “ama a tu prójimo”, creo que no es válido; para mí un sacerdote es una especie fallida sin ningún valor espiritual. Así que para esta Semana Santa tengamos un Dios y un Jesús más íntimo a la inmanencia de cada sujeto; un Yeshúa que no sólo evangelizaba, sino que bailaba, se reía, lloraba, que era voyerista y que se daba sus gusticos carnales con María Magdalena, pues un hombre que sufrió tanto en la cruz, en algún momento se le tuvo que parar la verga. 

Creo en lo que dijo Jacques Lacan: “Dios está en la verga” y también está en los cielos, en la tierra, en los árboles, en el viento, en un buen vino tinto Casillero del Diablo, en un whiskey y hasta en la misma mierda, en todos lados están Dios y Cristo. Así que en este viernes santo que se devela sin detenerse en este calendario apocalíptico que tenemos, pues frotémonos con nuestras parejas, sean cuales sean: hombre con hombre, mujer con mujer, en el mismo sentido y en el modo contrario y penetremos, eyaculemos, comamos carne, veamos películas de Esperanza Gómez, leamos a Bataille, rasquémonos el culo con la cruz en la mano, y recemos para que saquen de la televisión a la brocha y químicamente bruta “Negra Candela” (que debe tener halitosis) y al asqueroso, triste, melancólico y calvo ignorante de Jota Mario. Pero también imploremos por nuestras perversiones, fijaciones y pulsiones en nombre del padre, del hijo y del espíritu santo y digamos amén cuando nos vengamos, porque, como dijo mi abuela, también Dios es pervertido. 

Sí, pervertido, es decir, el barbón bajó de los cielos a copular con María que ya estaba casada con José y la preñó. Se imaginan lo bueno que sería ese polvo, Dios se consagraría en la actualidad como el mejor actor porno del mundo y fue tan buen amante y efectivo que se comió a María y la dejó virgen, cuántos hombres no quisieran esa habilidad. Por algo es el todopoderoso.

Ahora bien, este pervertir no se debe digerir como un comportamiento estrictamente sexual, negativo e inadecuado. Asimilen la noción de perversión desde un sentido más estético y contemplativo; es decir, como un desviar alguna conducta considerada normal o deseable que busca ante todo una dialéctica que, desde el sentido Morin, es Superación; en consecuencia, la perversión de Dios y de Jesús busca redefinir, restablecer, reinventar al ser, dejar de ser racionales y ser más sensibles ubicándonos en lo que Milan Kundera llamo Nesnesitelná lehkost bytí (La Insoportable levedad del Ser). El pervertir es des-creer y éste es un corromper. Un cuerpo no puede modificarse si algo no lo corrompe dice Aristóteles en el De Caelo y Dios necesita de nosotros para corromperse, para tener una verdadera disminución y reducción a su existencia y poder anclarse en las creencias contemporáneas, para así seguir vivo en todos los estadios del individuo y tener así una Soportable Levedad de su Ser. Esto lleva a decir que Dios está más allá del bien y del mal; Dios no ha muerto, como pensó Nietzsche, Dios sólo se corrompió, se pervirtió y ahora es más íntimo, es más de nosotros; por eso no hay que creer en sacerdotes y las iglesias deben convertirse en piezas de museo. El corromperse obliga a hacerse nuevas preguntas. El pantocrátor dejó de preguntarse ¿Quién soy? Él siempre lo supo, Yo Soy el que Soy (con esa frase le quiso decir a Moisés “no joda, deje de preguntar lo que no va entender, no sea tan sapo, tan lambón y tan marica”, me imagino yo). Entonces el Padre se pregunta, ¡Aleluya! ¿En dónde estoy? 

Dios desea estacionarse en un espacio, en un lugar, en una noción topológica. Sólo en el espacio es donde puede seguir siendo lo que es, ya que los espacios definen a las personas; así mismo, se define él y al hijo logrando descubrirlos en una esquina, en la playa o en un puteadero. Dios y Jesús son poéticas del espacio. Por otro lado, esas poderosas deidades nos dan terremotos, tsunamis, hambrunas, sequías, inundaciones. Empero ellos buscan en esos espacios nuevas formas de evangelizar, verbigracia: el sexo, la mujer, el hombre, la buena comida (al que la disfruta), culos, tetas y penes; nos brindan un Fernando Vallejo, un Efraím Medina, un Gabo, un Woody Allen, una banda como Sigur Rós; nos dieron un Mozart, un Bach, un Heidegger; nos obsequiaron la masturbación y el orgasmo. Así que orientemos nuestras plegarias no sólo a un buen trabajo y un buen sueldo, también a nuestras perversiones, nuestras banalidades, frivolidades, nuestros deliciosos pajazos, nuestras vergas y sus vaginas, nuestros placeres, deseos y flojeras. 

 George Bataille escribió en la Histoire de l'oeil “las hostias no son otra cosa que la esperma de Cristo bajo la forma de galletitas blancas. En cuanto al vino que se pone en el cáliz, los eclesiásticos dicen que es la sangre de Cristo, pero es evidente que se equivocan. Si de verdad fuera la sangre, beberían vino tinto, pero como sólo beben vino blanco, demuestran que en el fondo de su corazón saben bien que es orina”. Para Bataille era claro -en su libidinoso misticismo- que los eclesiásticos se equivocan en la forma de enseñar quién es Cristo; ellos son los culpables de miles de años de castración, insatisfacción y falsos orgasmos, de violencia vulgar y descarada. El autor francés nos dice con esto que Dios y Jesús están en cada parte de nuestro templo corpóreo y que por sí mismo ya somos santificados como Jesús y si he de santificar al Cristo salvador lo haré si y sólo si se masturbaba y se pervertía con su apóstol amado Juan. Así que en la Semana Mayor, disfrutemos de la santidad de nuestro cuerpo y nuestras perversiones, que nuestras pulsiones sean la ritualidad de nuestra mayor iglesia, que es nuestro corazón. Así que como dijo un gran amigo “en esta Semana Santa arrodillémonos ante lo más erótico que encontremos, un crucifijo” y sigamos ayudando a que Yahveh y Yeshúa soporten su levedad divina porque “Vi veri universum vivus vici… Amén”.

*Este artículo fue publicado originalmente en la Edición Nº 5 de Cabeza de Gato, especial "Espacio Público Sideral".