Un homenaje a Delia Zapata Olivella, esa gran bailarina que con sus movimientos escribió parte de nuestra historia Caribe. A no olvidarla.
Por: Julio César Márquez /// @_Sindulfo_ /// Especial para Cabeza de Gato
Conseguí una foto de ella. En ese instante dejaba
de ser un nombre sin rostro, para tomar una forma, un color, una textura. Delia
estaba en esa foto aparentemente feliz. Levantaba la mirada al cielo, con sus
ojos color ceniza, aquel moño de bailarina experta y una sonrisa que se
dibujaba amplia en su boca. Llevaba un aire de elegancia e irradiaba una fuerza
que se gana con los años. Es Delia, la de la foto, y seguramente estaba
bailando.
Los que
llegaron a conocerla hablan de su ímpetu, de su amor por la cultura, de su
incansable búsqueda por descubrir esas manifestaciones de movimiento propias de
la gente cercana a las costas. Sus allegados la van relatando como una mujer
que iba formado grupos y dejando en ellos la inquietud por la danza.
Por eso te imagino danzando Delia, en medio de los cuerpos
negros, como una llama de vela que lucha contra el viento para no apagarse. Te
veo allí, en medio de todos, al son de un merecumbé, con el cuerpo extasiado de
música y con los pies y las caderas desatados por un demonio que intenta
liberarse.
Germán Arciniégas intentó
esbozarte, contando aquella ocasión en la que reuniste treinta y cinco mil
pesos y te fuiste a parís con Manuel y con tus negritos. Contó cómo la música vivía con
los negros
de aquella época, como si hubiese brujería en cada movimiento. Y ahora, Delia,
la gente sigue bailando. Cartagena baila todo el día.
Pero te moriste y tu legado está deambulando en las
mentes que aún te recuerdan. ¿Y si te olvidamos, Delia? Por eso, lo mejor es
que bailes, Delia, que bailes. Porque contigo la danza se sustentaba en un
discurso, ibas a los rincones a conocer cómo se movían. A entender por qué lo
hacían de esa manera. A rescatar movimientos y pasos. ¿Y ahora? Baila, Delia,
baila.
Cuenta Lourdes que quería conocerte cuando llegaste
al Chocó, pero no pudo. Que todos hablaban de ti, de una mujer elegante que
bailaba cumbia. Ella quería bailar y enseñarte cómo se bailaba el currulao. Era
un intercambio, decía. Pero te conoció mucho tiempo después, ella cuenta, y tú
viajabas a otras partes con tu grupo y ella tenía que quedarse porque
trabajaba. Ensayaban en el Teatro Heredia, y la negrita de Lourdes empezó a
bailar con tu grupo y participó en las muestras locales y nacionales.
¿Qué queda de la danza de
los gallinazos? ¿Dónde están los cabildos de los barrios? La gente olvida, Delia, y te
olvida a ti. Por eso baila, Delia, baila. Porque tu trabajo empieza a perderse,
se ha hecho sombras en medio del afán por moverse sin pensar en el significado
de cada paso, como si el cuerpo no tuviese razones o como si no existiese una
historia detrás de cada baile.
Originalmente publicado aquí.
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