Una mirada a lo que han sido estos diez años de Facebook y su influencia en lo que hoy en día consideramos intimidad.
Por:
Juan de Dios Sánchez Jurado
Twitter: @cbzdegato
Para
celebrar su cumpleaños número diez, el gigante de las redes sociales, Facebook,
organizó una especie de festival de cine, produciendo una película de un minuto
para cada usuario. El corto retrata el nacimiento virtual del cuentahabiente, paseándose
cronológicamente por sus fotos más destacadas hasta la fecha. Igual que a millones
de usuarios, me ganó la curiosidad de ver mi película. La primera reacción fue pura
nostalgia. Al fin y al cabo se trataba de fotografías que muestran una parte de
mi vida durante los últimos seis años (tiempo que llevo en esta red). Sin
embargo, inmediatamente, hubo una segunda reacción: Nunca me sentí tan
incómodo. Consideré que esta iniciativa de Facebook tenía mucho de
atrevimiento. Fue como si me hubieran robado el álbum que guardo en el cajón
más recóndito de la casa y que sus fotos hubieran sido recortadas para hacer un
collage que anduviese por la calle ante los ojos de cualquiera. Sé que el
material que posteo en Facebook, una vez online,
ya no me pertenece del todo, se supone que eso dicen los términos y condiciones
que acepté sin leer al abrir un perfil, lo que me sorprendió fue que, además,
la red social pudiera disponer un tanto abusivamente de dicho material,
elaborando una pieza de cine que no pedí, lo que me quitó las ganas de
celebrarle el cumpleaños y, en cambio, lamentar lo vulnerable de nuestra
intimidad ante su dominio.
Si
bien los beneficios de Facebook son innegables, tales como acercar y comunicar a
la gente o favorecer la democratización del uso del computador y del acceso a internet,
también me queda claro que, gracias a él, llevamos una década desdibujando la
barrera entre lo íntimo y lo público. Diez años habituándonos a su pornografía
suave y convirtiéndonos en sujetos activos de ella. Diez años exponiendo voluntariamente
nuestra biografía e identidad, con la idea de controlarlo, cuando en realidad
aquello que consideramos “vida privada” es utilizado para espiarnos. No es
secreto que aplican un algoritmo que clasifica nuestros gustos y organiza una
oferta de banners que se ajustan a nuestras prácticas individuales de consumo. Hoy
soplamos diez velitas para celebrar que Facebook nos ha seducido con golosinas
como esta peliculilla para aceptar esa vigilancia y, de hecho, patrocinarla,
como lo han hecho los millones de usuarios que han compartido sus películas en
sus perfiles.
No
digo que las redes sociales sean los peores villanos, pero no puedo olvidar que
ahora mismo hay un hombre llamado Edward Snowden, asilado en Rusia, buscado por
el gobierno americano por revelar los métodos de espionaje que esa Nación
ejerce sobre el contenido que circulamos
en internet, incluido el de redes sociales. Me preocupa que, a pesar de esa situación,
parezcamos tan felices con este ficticio festival de cine, lo que me pone a
pensar en el tipo de personas que seremos de aquí a diez años, en qué tan alto
llegará a ser nuestro afán de auto-exposición, y si para entonces nos habremos
resignado por completo a la intromisión de gobiernos y corporaciones en lo que
en la antigüedad llamábamos vida privada.
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